“Epicteto usaba el ejemplo de un cantante con ansiedad. En la soledad de su estudio cantaba y tocaba su arpa a la perfección, pero al subirse al escenario su voz se debilitaba y su arpa desafinaba.
¿Por qué la ansiedad? Porque ahora está preocupado por su reputación, algo fuera de su control. El músico siente ansiedad porque no quiere simplemente cantar bien, sino ganar el aplauso de los demás. Su error es asignar a la respuesta de su audiencia más valor que a su propia actuación, lo único que está directamente bajo su control.”
El párrafo anterior fue extraído del libro Invicto de Marcos Vázquez, cuando lo leí no le había encontrado mucho sentido hasta que me senté en una cafetería a escribir después de mucho tiempo de no hacerlo.
En la cafetería:
Bueno ya estoy aquí sentado una vez más, tenía mucho que no asistía a una de mis solitarias sesiones de escritura en el café.
La razón es que olvidé la esencia de lo que quería hacer realmente, me enfoqué más en que todo quedara perfecto y no en el propósito. En la noche, mientras conciliaba el sueño, me visualizaba aquí sentado escribiendo un gran texto, formando las frases en esas imágenes hipnagógicas.
La idea de regresar a escribir es porque en terapia he sido consiente de como he dejado de serme fiel a mí mismo. La escritura es algo sagrado para mí, es un ritual mágico, mi contacto con Dios o el universo, la forma en que descifro los misterios de mi mente, la forma en que me conozco cada vez más.
A veces, tengo preguntas al universo que son contestadas mientras las palabras fluyen al momento del contacto entre la tinta y la hoja, sin importar si tiene sentido, sin importar si alguien lo leerá, solo dejo que se materialice, pero otras veces esto no sucede porque ahí está el Juez de la perfección.
Últimamente este Juez ha estado más activo, desde que tomé la decisión de compartir lo que escribo, pues antes solo escribía para mí, desde que abrí mi blog me preocupo más en cómo se verá cuando éste publicado, profanando el flujo del proceso.
Me dejo llevar por la ilusión del perfeccionismo, cuestionando si lo que hago es bueno o que si es malo. Lo que sería una forma de expresarme, lo que sería un buen rato de escritura acompañada de un café, terminó convirtiéndose en un tormentoso proceso para lograr obtener intentos de ensayos; lo que sería un pequeño texto que compartiría con la humanidad se convirtió en algo que todo el tiempo estaba en el ojo de este Juez que vive en mi cabeza, como si de una tesis se tratase, por eso se volvió hostigoso y aburrido.
Y bien, ahora viene el primer trago de café, mientras siento el efecto de la cafeína me pregunto ¿Soy fiel a mí mismo? Me cuesta demasiado contestarla, porque ya estoy pensando de nuevo en el resultado, porque no sé si contestarla en mi mente o contestarla en la hoja, de alguna forma siento que estoy exponiendo algo muy personal: el miedo.
¿Pero miedo a que? Tal vez sea miedo a mí mismo, porque al dejar de serme fiel también niego mi esencia, si no hacemos eso que nos gusta por miedo a un mal resultado o al que dirán, nos estamos negando a nosotros mismos, porque al final cada decisión es una apuesta.
Hoy creí que lograría desenmascararme, pero aún me cuesta, supongo que es cuestión de práctica, con el tiempo lograré entender que mis manos son el traductor del lenguaje de mi alma, porque los grandes cambios son procesos, no sucesos.
Es por eso que ahora me hace sentido el párrafo que mencioné al inicio, tratando de llegar a ser ese músico en la soledad de su estudio, después de ahí el aplauso del público ya no está en mis manos, para un escritor, su obra deja de pertenecerle cuando la muestra al público, y es el espectador quien decide si es buena o es mala, por eso es que el verdadero valor, la verdadera magia, está en el proceso.
Sé tu propio espectador.
Busca tu propio aplauso.
- Séneca –
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